Capítulo
15
No
tan temprano para ciertas cosas
Li
pasaba un húmedo paño por su terso vientre en un intento de borrar
las huellas que la pasión tan reciente había dejado sobre su piel.
Tommy lo miraba absorto, sorprendido de la belleza de aquel cuerpo
menudo, de aquellas nalgas que tanto placer sabían dar, aunque otra
cosa también ocupaba su mente.
–
¿Y qué quería ese tipo?– preguntó
–
No lo tengo claro, Tommy. Fue un poco extraño, la verdad.
Simplemente me preguntó si éramos muy amigos.
–
¿Muy amigos?
–
Sí, eso me preguntó.
–
¿Y tú que le dijiste?
–
Pues que sí, que éramos muy amigos– rió el joven mientras se
subía los pantalones, se acercaba adonde estaba Tommy y, poniéndose
de puntillas, le daba un suave beso.
Respondió
Tommy al beso de Li, apretándolo contra sí.
–
Venga, vámonos. El señor Anderssen y Heinz se estarán preguntando
que por qué tardamos tanto.
Salieron
de la casa, montaron en la carreta, y al cabo de unos minutos
llegaron adonde estaban Albert y Heinz. Se despidió Li de los tres
hombres, no sin antes preguntarles si aquella noche irían a
Goodland.
–
Quizás nos acerquemos– contestó Albert–. Siempre viene bien
darse una vuelta para despejarse un poco.
–
Pues a ver si nos vemos– se despidió el joven Li, arreando a su
caballo.
Una
nube de polvo se fue alejando por el horizonte.
*****
En
Dodge City el día también había amanecido radiante. Como era
costumbre, el primero en abrir los ojos fue Red, quien se sorprendió
de ser el único que dormía en aquella amplia cama. ¿Dónde habría
pasado la noche Paul? se preguntó, aunque tampoco le importó mucho,
la verdad, es más, se alegró de haber dormido solo, ¡había
descansado tan bien! Echó un vistazo a la habitación, en la otra
cama dormía Johnyboy, su cuerpo flexible se extendía relajado
sobre las blancas sábanas, un brazo colgando fuera de la cama, en el
suelo el libro que leía antes de que Red cayera dormido. Algo se
agitó en la entrepierna del vaquero de la cara marcada, quien
llevándose la mano a aquel lugar pudo comprobar cómo su bicha
también se había despertado.
Salió
de la cama; su figura compacta, su piel tan oscura, su torso velludo
y fibroso, y sobre todo la tela blanca y sedosa que se arqueaba entre
sus muslos, le daban un aspecto deseable y temible a la vez. Con
pasos ligeros salió de la habitación, el recuerdo de lo que la
mañana del día anterior había vivido, le hizo caminar aún más
deprisa. Abrió la puerta que había al fondo del pasillo, pero su
decepción fue grande cuando notó que los ojos que ahora se clavaban
en los suyos no eran los ojos que él esperaba encontrar.
–
¿No sabes llamar a la puerta?– le preguntó el tipo que estaba
dentro de la bañera. Era el mismo vaquero a quien él había ganado
una importante cantidad de dinero, la noche anterior. No llevaba
ahora el pañuelo rojo, y Red pudo ver lo que aquel pañuelo hasta
entonces ocultaba: una cicatriz que le rodeaba todo el cuello.
Se
disponía ya a darse la vuelta para salir, sin decir nada, cuando la
voz del tipo lo detuvo.
–
Yo ya he terminado, así que si quieres...
Se
giró Red. El tipo se había levantado. Gotas de agua le chorreaban
un cuerpo muy bien formado, con un pecho amplio al que se adherían
unos suaves y mojados vellos dorados, un vientre liso, unos muslos
también moteados de vellos rubios, y una polla que se mecía contra
ellos y en la que aún quedaban restos de espuma.
Salió
el tipo de la bañera y cogiendo una toalla empezó a secarse, sus
ojos, en los que parecía brillar un suave color rojizo, fijos en el
cuerpo moreno de Red, la mandíbula cuadrada mostraba una ligera
tensión, que unos labios carnosos y algo agrietados contradecía.
–
Bonitos calzones– dijo el tipo.
Pero
Red no dijo nada, se limitó a llevarse las manos a la cinturilla y
dejarlos caer. La serpiente oscura que tenía entre las piernas
osciló con cierto descaro. Pasó Red junto al tipo que seguía
secándose el cuerpo, sin dejar de mirar al vaquero de la cara
marcada.
–
No eres muy hablador ¿no?– preguntó este mientras Red se metía
en la bañera.
–
Es muy temprano para tener ganas de cháchara– se limitó a
contestar; su moreno y recio cuerpo cubierto ya del agua jabonosa que
el otro había dejado.
Una
sonrisa se dibujó en el rostro del vaquero de la cicatriz en el
cuello, quien continuaba de pie, a menos de medio metro de la bañera,
secándose el cuerpo, frotando ahora allí donde sabía que sus
meneos conseguirían una rápida respuesta.
No
era ajeno a esto Red, quien en la bañera, quizás también por el
calorcillo del agua o quizás también por el recuerdo de lo que la
mañana anterior había allí vivido. había empezado a notar cómo
su polla empezaba a bucear. En esas estaba, intentando controlar que
su culebra no se desmadrara, cuando la voz del tipo que seguía
secándose junto a él, vino a interrumpir sus pensamientos.
–
Será muy temprano para tener ganas de cháchara– repitió el
tipo–, pero parece que no para otras cosas...
Levantó
la vista Red, sus pequeños ojos negros fijos en los ojos rojizos del
tipo, ojos que seguían atentos la evolución submarina de la culebra
oscura del vaquero de la cara marcada. Alzó un poco las caderas Red,
en vista de lo que tan descaradamente el tipo estaba buscando, y
emergió del agua un capullo reluciente como luna llena en noche
cerrada.
Viendo
el tipo que aquella era una ocasión propicia, alargó la mano y la
sumergió en el agua, hasta dar con la base de aquel bicho que en sus
manos ahora palpitaba. La recorrió de arriba a abajo varias veces,
viendo cómo el cuerpo oscuro de Red se estiraba en la bañera, gotas
de agua recorriendo sus tensos músculos, los ojos fijos en la bicha
que la mano derecha del otro ayudaba a emerger. El tipo siguió con
aquella tarea, mientras con la izquierda recorría aquel torso que
junto a él empezaba a respirar agitadamente, un torso en el que unas
oscuras tetillas del color de las pasas, también se dilataban. La
mano sumergida jugaba con unos huevos peludos, de gran tamaño, y
luego volvían a subir por aquella serpiente que no paraba de
aumentar su grosor. Y empezó un vaivén rápido, una subida y bajada
frenética, un recorrer veloz aquella piel que unas venas cárdenas
no paraban de hinchar, mientras que dos dedos de la otra mano
pellizcaban el duro pezón. Se asombraba Red de la rapidez con que
aquel tío actuaba, pero apenas si podía reaccionar, tal era la
decisión que los actos del tipo mostraban, cuando una especie de
rayo vino a sacudirlo desde sus huevos ya hinchados y duros, unos
espasmos furiosos, un grito, y un chorreón de blanco líquido que
vino a estrellarse en el rostro cuadrado de aquel tipo, cuya lengua
intentaba sin mucho éxito recoger.
Quedó
exhausto Red, y el agua de la bañera se fue calmando, cuando notó
que el tipo se ponía en pie, y señalando la importante erección
que lucía entre sus piernas, le preguntaba.
–
Algo tendrás que hacer con esto, ¿no?
Iba
a responder Red, pero el sonido de la puerta abriéndose, lo detuvo.
Los ojos del tipo se volvieron, también los de Red, pero solo los de
Red no soportaron la mirada de los ojos que ahora se clavaban en los
suyos.
(continuará)
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